Implicaciones legales del trabajo informal en México

abril 16, 2025

Una economía que vive en la sombra de la ley

En México, el trabajo informal es más que una estadística: es la forma de vida de más de la mitad de la población económicamente activa. Puestos ambulantes, oficios no registrados, servicios “por fuera” y changarros improvisados forman una red laboral inmensa, pero también frágil y vulnerable. ¿Qué significa esto en términos legales?

Cuando no hay contrato, no hay derechos

La informalidad implica, en su mayoría, la ausencia de contratos escritos, seguridad social, prestaciones o garantías mínimas establecidas en la Ley Federal del Trabajo. Esto deja a millones de trabajadores fuera del sistema de protección laboral. Si un albañil, una trabajadora del hogar o un vendedor ambulante es despedido, se enferma o sufre un accidente, no tiene respaldo legal real.

La ley está… pero no llega

La legislación laboral mexicana es clara en cuanto a los derechos mínimos de cualquier trabajador. Sin embargo, la aplicación es otra historia. La informalidad no solo escapa al radar del SAT o del IMSS, también se mueve fuera del alcance de las inspecciones laborales y de los tribunales. Para muchos, ni siquiera existe la posibilidad de reclamar.

Costos ocultos de la informalidad

Más allá de la falta de derechos laborales, la informalidad genera efectos secundarios graves: evasión fiscal, baja recaudación para servicios públicos, limitaciones para acceder a créditos o vivienda, y una vejez sin pensión. El país entero paga el precio de esta economía sin reglas claras.

Por otro lado, los propios trabajadores informales pierden oportunidades de crecimiento. No pueden comprobar ingresos, no generan historial crediticio y no tienen acceso a programas sociales condicionados al empleo formal.

¿Por qué la gente sigue en lo informal?

La respuesta no es simple. Muchos mexicanos recurren a la informalidad porque es la única opción viable. El empleo formal está saturado, mal pagado o implica trámites que no todos pueden costear o entender. En otros casos, es una decisión estratégica para evitar cargas fiscales que consideran injustas.

Una economía excluyente

Para un joven sin estudios, una madre soltera o un adulto mayor sin experiencia en tecnología, conseguir trabajo formal puede ser casi imposible. La informalidad se convierte entonces en una solución de supervivencia, más que una elección libre.

¿Y el Estado, qué hace?

Existen programas de formalización, pero en su mayoría han sido poco efectivos. El gobierno ha promovido esquemas como el RIF (Régimen de Incorporación Fiscal), que buscaba transitar del comercio informal a uno regularizado, pero la respuesta ha sido tibia.

Las campañas suelen enfocarse en la fiscalización más que en el acompañamiento. La gente no formaliza porque le digan que debe hacerlo, sino si ve beneficios tangibles. Mientras eso no ocurra, el incentivo para entrar al sistema seguirá siendo débil.

El reto de reconocer al trabajador informal

Una posible solución está en reconocer que la informalidad no siempre es sinónimo de ilegalidad. Hay millones de trabajadores que generan valor, pagan renta, compran productos, pero operan al margen de la ley sin que eso implique mala fe. Diseñar políticas que partan del respeto a esta realidad puede ser más útil que criminalizarla.

Hacia un nuevo contrato social

Formalizar no debería significar volverse esclavo del SAT o quedar atrapado en trámites. Debería significar seguridad, salud, retiro digno y reconocimiento del esfuerzo. Para eso, el Estado necesita cambiar su visión: dejar de ver al informal como evasor y comenzar a verlo como potencial aliado económico.

El futuro del trabajo en México no puede construirse sin quienes hoy lo sostienen desde la trinchera de la informalidad. Integrarlos al sistema no solo es una necesidad jurídica: es una deuda social.