La justicia en México no es ciega, es lenta: por qué tantos abandonan los juicios antes de terminar

La justicia que llega tarde, no es justicia
En México, iniciar un proceso legal puede sentirse como entrar a un laberinto sin salida. Lo que debería ser un camino hacia la reparación se convierte, para muchos, en una experiencia desgastante, confusa y eterna. Por eso, no sorprende que miles de personas abandonen sus juicios antes de que concluyan. No es falta de interés. Es hartazgo. Es desesperanza. Es sistema roto.
¿Por qué tantas personas se rinden en medio del proceso?
Quien ha pisado un juzgado sabe que el tiempo en los tribunales se mide diferente. Citatorios que tardan meses, audiencias pospuestas sin explicación, expedientes que se “traspapelan”, funcionarios que cambian cada semana. Todo avanza lento… menos la desesperación.
Muchos llegan con la intención firme de defender sus derechos: por una pensión alimenticia, por un despido injustificado, por un fraude. Pero al tercer mes sin avances o tras la cuarta visita sin respuesta, se cuestionan si vale la pena seguir. Ahí es donde la justicia se pierde: no porque la ley falle, sino porque el camino es insoportable.
No es desinterés, es desgaste
Abandonar un juicio no es rendirse por flojera. Es cansarse de pagar pasajes, faltar al trabajo, juntar papeles, explicar una y otra vez lo mismo. Es llegar al juzgado solo para que te digan “no se presentó el juez”, “faltó la otra parte”, “reagende”. Es gastar dinero en un proceso que no parece avanzar.
La mayoría de las personas que se dan por vencidas lo hacen porque ya no pueden más, no porque el caso no importe. El sistema no está hecho para las víctimas, está hecho para quienes saben navegarlo… o resistirlo.
La justicia no es ciega: sabe a quién se le hace fácil y a quién no
Quien tiene dinero puede pagar abogados privados, mover influencias, presionar por medios propios. Quien no, debe esperar a que el sistema tenga tiempo para él. Y en un país con juzgados saturados, personal insuficiente y tecnología precaria, eso puede tardar años.
Casos que duran más de lo que deberían
- Demandas laborales que se prolongan tres o cuatro años.
- Juicios familiares que dejan a menores en el limbo legal por falta de dictamen.
- Procesos civiles que se pierden entre oficios sin respuesta.
La justicia no es solo una sentencia. También es el tiempo en que se resuelve. Si un padre logra obtener custodia después de tres años de juicio, ese hijo ya vivió el abandono, la confusión, el daño. Si alguien recupera su trabajo tras cinco años, ¿quién le devuelve lo perdido?
El costo emocional de esperar justicia
Pocas veces se habla de esto: el proceso judicial también enferma. La ansiedad de no saber, la frustración de sentir que no te escuchan, el coraje de ver cómo la otra parte manipula o retrasa sin consecuencias. Para muchas personas, seguir con el juicio les cuesta más que lo que van a ganar. Y no hablamos solo de dinero.
¿Qué hace falta para cambiar esto?
1. Reformas sin maquillaje
No basta con inaugurar centros de justicia o digitalizar trámites. Se necesita personal capacitado, sistemas que funcionen y procesos claros. Si el expediente digital solo reemplaza el caos en papel por un caos en línea, no sirve.
2. Empatía institucional
Muchos operadores del sistema olvidan que tratan con personas en momentos de crisis. Una víctima no puede esperar cuatro meses para una audiencia clave. Un trabajador despedido no puede sobrevivir años sin resolución. El sistema debe responder con humanidad, no con sellos.
3. Voluntad política real
La justicia lenta favorece a quienes tienen más poder. Mientras más se dilate un juicio, más fácil es que el fuerte desgaste al débil. Eso conviene a patrones abusivos, agresores, deudores. Por eso, acelerar procesos no solo es tema técnico: también es una decisión política.
No es que la gente no crea en la justicia. Es que se cansa de buscarla
La narrativa oficial suele decir que “la gente no denuncia”, que “los juicios no avanzan porque las personas no dan seguimiento”. Pero nadie habla de la experiencia real en juzgados, del cansancio legítimo que provoca el abandono. En México, la justicia no es ciega. Ve perfectamente a quién se le puede postergar todo y a quién se le castiga con prisa.
Y mientras no cambie eso, el sistema seguirá siendo un desierto legal donde la mayoría entra con esperanza… y sale con decepción.